jueves, 15 de enero de 2009

LO ESTABAIS ESPERANDO

Con tanta prosa por todas partes casi se me olvida esto de la poesía. Supliré la falta -relativa- de inspiración actual con un poema que todos habréis leído ya mil veces, pero que, a mis diecisiete añitos, me supuso un esfuerzo considerable. Vamos, que le tengo cariño. Os advierto; pertenece a esa etapa pseudo-modernista (ya sabéis cuánto me gusta esa palabra) de la que aún no he podido desprenderme del todo. Ahí va.

Tus ojos me recuerdan la luz de la alborada,
el mar cuando descansa, tranquilo e inmutable;
son como estrellas vivas, exiliadas del cielo,
que me abrasan el alma con su fulgor constante.

Otra luz que tus ojos no quiero ni concibo.
Tus ojos tan hermosos, serenos y distantes.
Azules como el hielo, como la misma lluvia,
como el susurro quedo del agua de los mares.

Brújula de mis sueños, tu mirada me guía
como un faro perpetuo de brillos estelares
a través de regiones olvidadas del hombre,
por caminos de nieve, de plata y de cristales.

Te miro y me sumerjo en un mar silencioso,
donde no pasa el tiempo, donde todo es estable;
tus pupilas esconden la magia de lo Eterno,
aquello que se intuye sin poder alcanzarse.

No deje tu mirada de unirse con la mía.
No dejes nunca, nunca, que su fuego se apague.
Otra luz que tus ojos no quiero ni concibo.
Tus ojos tan hermosos, serenos y distantes.